Por Esteban PujalsEntre las innumerables manifestaciones artísticas que tuvieron lugar en Pamplona durante los
Encuentros, tal vez ninguna presentase una inteligibilidad tan inmediata como la Cúpula Neumática que entre el edificio del Gobierno Militar y la Ciudadela erigieron el arquitecto madrileño José Miguel de Prada Poole y los siete técnicos que soldaron las piezas de plástico que la componían siguiendo sus instrucciones. La Cúpula estaba destinada a albergar una variedad de obras plásticas y actos performativos, así como una exposición antológica de las propuestas poéticas visuales que en el ámbito artístico “internacionalizado” tras la guerra mundial (Europa, América del Norte y del Sur y Japón) venían llamando la atención del público desde hacía cerca de dos decenios; pero constituía por sí misma una pieza muy notable.
Contemplada desde el exterior, presentaba el aspecto de una gigantesca estructura de doce metros de altura compuesta por once formas semiesféricas intersectadas entre sí, de color rojo unas, otras blancas y otras amarillas, que se sostenían por la presión del aire que quince ventiladores forzaban hacia su interior. La entrada a la peculiar construcción obligaba a cada visitante a recorrer un pequeño pasadizo al tiempo que iba separando con las manos unas láminas transparentes que volvían a unirse detrás de él a medida que avanzaba. Este modo de acceso, evocación inversa del momento de nacer, la sugerente forma del ámbito inmenso al que así se accedía, el color fantástico de la luz que lo llenaba, tamizada por el material plástico del que estaba hecha y cierta leve diferencia de presión atmosférica en relación con el exterior, hacían de la visita al interior de la Cúpula una experiencia singular que ha quedado grabada en la memoria de quienes asistieron a los Encuentros con mayor precisión que la mayoría de las manifestaciones y propuestas que se presentaron durante la semana, que en muchos casos dejaron estupefacto o dividido al público no iniciado.
